En un mundo que parece no esperar nada porque cree tenerlo todo, es importante que los que estamos llamados a ser presencia de Dios en el mundo seamos esa luz que refleja lo que está por llegar, lo que aún nos queda por esperar.
No debemos caer en el conformismo del que cree tener lo que necesita para vivir, porque hemos de anhelar y esperar lo que nos da la verdadera vida, lo que de verdad merece la pena.
Ni tampoco podemos caer en la desesperanza y la angustia del que desea sin saber claramente dónde ha de fijar los ojos de su deseo para no perderse en lo banal, sino que aspire a lo que de verdad merece la pena, lo que da valor a nuestra existencia aquí y ahora, en la espera de lo que ha de venir.
San Benito nos enseña a vivir así, en la esperanza de sabernos queridos, amados por Dios, en su infinita misericordia. Para el monje la esperanza no es algo pasivo, sino un camino que trabaja el presente con la mirada puesta en el futuro que nos hace aguardar con gozo el Reino, que se va construyendo a través de la oración, la lectura de la Palabra, la vida de servicio y caridad comunitaria, confiando en que Dios siempre nos espera también. Siempre aguarda que nuestro deseo nos lleve a descubrir su Rostro, presente en la realidad que nos rodea, en los hermanos y hermanas que nos acompañan en el camino de la vida. Un camino hecho de humildad y perseverancia, en la fidelidad y la confianza de saber que la esperanza en Dios nunca nos defrauda. Aunque, eso sí, hay que saber esperar...
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