“Corra, pues, nuestra alma sedienta a esta fuente caudalosa; que nuestra miseria recurra insistentemente a este cúmulo de misericordia. Estos son, Virgen bendita, los votos que te dirigimos al subir junto a tu Hijo, y te acompañamos, al menos de lejos. Que tu bondad manifieste al mundo la gracia que Dios te ha concedido: suplica y consigue perdón para los pecadores, alivio para los enfermos, entusiasmo para los pusilánimes, paz para los afligidos, apoyo y libertad para los que se hallan en peligro. Y en este día de fiesta y alegría, todos los siervos que invocan, alaban el dulcísimo nombre de María, reciban por ti, Reina clementísima, los dones de la gracia de Jesucristo tu Hijo, nuestro Señor, que es el Dios Soberano, bendito por siempre”. (San Bernardo, Tomo IV pg. 373).
“Llévanos contigo,
Madre, correremos al olor de tus perfumes”, y, concédenos, Madre bendita, a los
que hoy nos alegramos por tu partida junto al Padre y a tu Hijo Jesús, hacernos
partícipes de llegar un día a participar de tu misma gloria en el Cielo y gozar
eternamente de la vida verdadera que es vivir para siempre con Dios en la
patria eterna.
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