Cosecha
Al final del verano, cuando nos preparamos a recoger las cosechas, el fruto de la tierra, es buena tarea meditar también en la cosecha del espíritu, siempre abundante por el amor y la misericordia de Dios.
Los tiempos que vivimos, en los que tantos hermanos sufren persecución o muerte por una u otra causa, nada mejor como recomenzar las tareas poniéndonos manos a la obra, sintiendo los gozos y las fatigas de los demás como propias, sin desesperar jamás de la Misericordia de Dios, como nos dice san Benito en la Regla. Así nos invita también el cardenal Kasper en su libro La Misericordia:
"El
evangelio de la misericordia divina en Jesucristo es lo mejor que se
nos puede decir y lo mejor que podemos escuchar y, al mismo tiempo, lo
más bello que puede existir, porque es capaz de transformarnos a
nosotros y transformar nuestro mundo a través de la gloria de Dios en su
graciosa misericordia. Esta misericordia, en cuanto don divino, es
simultáneamente tarea de todos los cristianos. Debemos practicar la
misericordia. Debemos vivirla y atestiguarla de palabra y de obra. Así,
por medio de un rayo de la misericordia, nuestro mundo, a menudo oscuro y
frío, puede tornarse algo más cálido, algo más luminoso, algo más digno
de ser vivido y amado. La misericordia es reflejo de la gloria de Dios
en este mundo y quintaesencia del mensaje de Jesucristo que nos ha sido
regalado y que nosotros, por nuestra parte, debemos regalar a otros"
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