En el corazón del cristiano que ora surge creciente el
deseo de Dios, de tener contacto asiduo con Él, de vivir con él y para él. Es
ese deseo es el que impulsa al cristiano a estar en continua búsqueda de Dios. “Siento
en mi corazón buscar tu rostro, tu rostro buscaré señor, no me ocultes tu
rostro". Unas veces lo buscamos fuera, en lo exterior y otras lo veces
entramos dentro de nosotros mismos para encontrarlo en nuestro interior.
Necesitamos saber que está ahí, que no nos ha abandonado, que está a nuestro lado.
Queremos escuchar su mensaje de amor, sabernos amados por Él. Eso es oración. Así
de sencillo. La oración no es algo complejo, inalcanzable, solo para algunos
elegidos. La oración es deseo de amar a Dios y el amor todo lo hace sencillo. Aprender a orar es crecer en el deseo de Dios,
de amarlo en todo momento y circunstancia. Es bueno pedirle a Dios que rompa
nuestros esquemas de oración abra nuestra mirada a horizontes de su continua
presencia divina en cada uno y en todo, para que vayamos experimentando su
forma de manifestarse en, en nuestro corazón. “Dame Señor un corazón nuevo renuévame por dentro con espíritu firme”. Concédeme
Señor el deseo de desearte”.
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