El
misterio de la Navidad nos invita a contemplar el amor insondable de Dios que
se revela en la humildad de un niño. En el silencio de la noche, en un pesebre
pobre, nace el Salvador del mundo. No llega con poder ni esplendor, sino con
ternura y fragilidad, abrazando nuestra humanidad desde lo más pequeño.
María,
con su fe silenciosa, acoge el misterio en su corazón.
José,
con su obediencia serena, custodia el milagro con firmeza.
Jesús,
Dios hecho carne, se ofrece como luz en medio de la oscuridad.
Este
misterio nos llama a mirar más allá de las apariencias, a descubrir que lo
divino se esconde en lo cotidiano, y que la verdadera grandeza se manifiesta en
la sencillez. Contemplar la Navidad es abrir el corazón a la esperanza, al amor
que transforma, y a la paz que nace del encuentro con el Emmanuel: Dios con
nosotros.
Señor Jesús, en el silencio de esta
noche santa, me acerco al pesebre para contemplarte. Tú, Dios eterno, has
querido nacer pequeño, pobre y vulnerable, para abrazar mi humanidad y
enseñarme el camino del amor. María te recibe con ternura, José te protege con
fidelidad, y yo, con humildad, te ofrezco mi corazón. Que tu luz disipe mis
sombras, que tu paz calme mis inquietudes, y que tu presencia transforme mi
vida. Hazme sencillo como tú, confiado como María, obediente como José. Que
esta Navidad no sea solo una celebración, sino un encuentro verdadero co
ntigo,
Dios con nosotros. Amén.

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