El cielo, las estrellas, la tierra, los
ríos, el día y la noche, y todo cuanto está sometido al poder o utilidad de los
hombres, se felicitan de la gloria perdida, pues una nueva gracia inefable,
resucitada en cierto modo por ti ¡oh Señora!, les ha sido concedida. Todas las
cosas se encontraban como muertas, al haber perdido su innata dignidad de
servir al dominio y al uso de aquellos que alaban a Dios, para lo que habían
sido creadas; se encontraban aplastadas por la opresión y como descoloridas por
el abuso que de ellas hacían los servidores de los ídolos, para los que no
habían sido creadas. Pero ahora, como resucitadas, felicitan a María, al verse
regidas por el dominio y honradas por el uso de los que alaban al Señor.
Ante la nueva e inestimable gracia, las
cosas toda saltaron de gozo, al sentir que, en adelante, no sólo estaban
regidas por la presencia rectora e invisible de Dios su creador, sino que
también, usando de ellas visiblemente, las santificaba. Tan grandes bienes eran
obra del bendito fruto del seno bendito de la bendita María.
Por la plenitud de tu gracia, lo que
estaba cautivo en el infierno se alegra por su liberación, y lo que estaba por
encima del mundo se regocija por su restauración. En efecto, por el poder del
Hijo glorioso de tu gloriosa virginidad, los justos que perecieron antes de la
muerte vivificadora de Cristo se alegran de que haya sido destruida su
cautividad, y los ángeles se felicitan al ver restaurada su ciudad medio
derruida.
¡Oh mujer llena de gracia, sobreabundante de gracia,
cuya plenitud desborda a la creación entera y la hace reverdecer! ¡Oh Virgen
bendita, bendita por encima de todo, por tu bendición queda bendita toda
criatura, no sólo la creación por el Creador, sino también el Creador por la
criatura!.
San Anselmo,
obispo - Sermón 52: PL 158,955-956

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