CISTER, APUNTES HISTÓRICOS


LA FUNDACIÓN DEL MONASTERIO DE CISTER

Siguiendo al P. Colombás, queremos comenzar este apartado señalando que los “Padres fundadores” eran monjes de un monasterio “benedictino”, Molesmes, y se establecieron en Cister no para crear algo enteramente nuevo, como hicieron los cartujos por los mismos años, sino con el propósito de observar mejor la Regla benedictina. El Cister primitivo debe considerarse como un renacimiento “benedictino”, tanto por sus orígenes como por su proyecto. Los documentos que nos ilustran sobre los orígenes de la Orden concuerdan acerca del fin histórico de la fundación: Cister nació en función de la Regla de san Benito; procede de un acto de fe en san Benito. Los fundadores no pretenden otra cosa sino seguir su Regla. Pero quieren seguirla más auténticamente: artius atque perfectius [1]. Estos dos comparativos nos indican el carácter específico que distingue a Cister en el interior del monacato benedictino: una convicción más absoluta del valor santificante de la Regla y un propósito de fidelidad más exacta a esta misma Regla [2].

SAN ROBERTO Y LA FUNDACIÓN DE MOLESMES

San Roberto nació en La Champagne hacia el año 1028 ó 1029. Ingresó joven en el monasterio benedictino de Moutier-la Celle. Su prestigio lo llevará a ser elegido abad de Saint-Michel de Tonerre. Dada la falta de observancia de estos monjes, partió de allí para dirigir el priorato de Saint-Ayoul de Provins, filial del monasterio de su fundación, tras haber negado la petición de dirección de una comunidad de ermitaños en los bosques de Colen, cerca de Langres. Ante la insistencia de éstos, el Papa lo nombrará abad de los mismos. Durante algunos años los instruye en la vida monástica cenobítica y benedictina. Y el 20 de Diciembre de 1075 se traslada la comunidad a los bosques de Molesmes, en la Diócesis de Langres, lugar que reunía mejores condiciones.
Durante estos años, Molesmes alcanza una importancia creciente de tal forma que en 1098 contaba con 35 prioratos, además de diversas “cellae”, granjas y monasterios femeninos dependientes. Su notoriedad aumenta por el hecho de acoger diversas cortes feudales, mientras que dentro de la comunidad va creciendo la escisión entre los que se conformaban con la observancia y organización cluniacense imperantes y los que estaban descontentos y buscaban una mayor pureza y austeridad benedictinas, estos últimos capitaneados por el mismo Roberto [3].

EL “NUEVO MONASTERIO”

El 21 de marzo del año 1098, el Abad Roberto y veintiuno de sus compañeros dejaron el monasterio de Molesmes y se fueron a un lugar llamado Cistercium, a veinte km. de la villa de Dijon. Allí establecerán un nuevo monasterio que durante unos veinte años, llevó simplemente el nombre de “Nuevo Monasterio”.
En opinión de muchos, aun en nuestros días, esta fundación tuvo lugar como una respuesta al hecho de que la disciplina religiosa de los "Benedictinos", incluidos los de Molesmes, se había relajado y necesitaba una cierta reforma. Por lo tanto, según esta teoría, la "Orden Cisterciense", apareció como "una versión reformada" del monacato benedictino.
El “Novum monasterium” queda establecido como Abadía independiente bajo la protección del obispo de Chalons y del arzobispo Hugo de Lion y enclavada en las propiedades del vizconde de Beaune. La fundación comienza en un modestísimo edificio de madera.
Pero, poco tiempo después, como nos refiere el Exordium Parvum [4], los monjes de Molesmes, aunque ya tenían en Gofredo a un nuevo Abad, se quejan al Papa Urbano II de modo que san Roberto regresará a su monasterio. El Papa exhorta a Hugo de Lión a que esto se realice. La reclamación hecha por Molesmes es apoyada por el obispo de Langres. Así, Roberto es obligado a volver, acompañado de los monjes que así lo desearan, indicando que desde este momento no habrá oportunidad para que los monjes pasen de una comunidad a otra [5].
La figura de san Roberto ha suscitado opiniones contrarias desde los orígenes de Cister. Mientras para algunos (Othon Ducourneau, Guillermo de Malmesbury, Conrado de Eberbach) Roberto regresó feliz a Molesmes, para otros (Lenssen, Bouton, Van Damme, Masoliver) esta decisión fue tomada por obediencia, como señala la fuente más antigua e imparcial, que es el Exordium Parvum [6].

ALBERICO Y EL “PRIVILEGIUM ROMANUM”

A Roberto le sucede Alberico (1050-1108), hombre versado en las ciencias divinas y humanas, amante de la Regla y el lugar [7]. Por la Vita Roberti [8] deducimos que fue uno de los primeros monjes de Molesmes y probablemente uno de los ermitaños de Colen. En todo caso, fue prior del monasterio y uno de los que se inclinaba más firmemente por la reforma, sufriendo mucho por este motivo. A él se le atribuye el cambio del hábito tradicional benedictino por el blanco. Otra de sus obras más relevantes es poner en marcha el scriptorium de Cister, cuyo primer trabajo es la copia del breviarium traido de Molesmes. Se comienza también a trabajar en la copia y revisión de la Biblia.
Lo más difícil para san Alberico fue, sin duda, conseguir la protección de la Santa Sede para Cister, que obtendrá del Papa Pascual II, con la bula Desiderium quod del 19 de Octubre de 1100. De este modo, se consigue el deseado Privilegium Romanum, garantía de la definitiva separación de Molesmes y de la autonomía de Cister. Pero nada de esto significa la exención respecto del Obispo de Chalons [9]. Alberico trabaja también por asegurar la independencia económica del monasterio.

ESTEBAN Y LA “CARTA DE CARIDAD”

El tercer abad fue Esteban Harding (1059-1134). Fue el primer legislador de la Orden y podríamos considerarle como su auténtico fundador, pues bajo su gobierno comienzan las primeras fundaciones, nacidas del “Nuevo Monasterio”.
Esteban se educa en el monasterio de Sherborne, en Dosetshire. Huye de los normandos, junto con otros monjes, refugiándose en Escocia. Especialmente preocupado por la cultura, se considera probable que estudiase unos años en París. Junto con su compatriota, el clérigo Pedro, peregrina a Roma. En su recorrido, visita los monasterios de Camaldoli y Vallombrosa, llegando finalmente a Molesmes, donde ambos ingresarán hacia el año 1085 [10]. Los años subsiguientes, Esteban vivirá un conflicto de conciencia, nacido de su deseo de vivir fielmente la regla de San Benito que había profesado.
Esteban era un investigador erudito, un hábil organizador y un administrador cualificado. Además de esto, mantenía excelente relaciones con sus vecinos nobles – aspecto de gran importancia por lo que se refiere a las donaciones de tierras -. Con la fundación bajo su gobierno de cuatro filiales, entre 1113 y 1115, se constituyó lo que podríamos llamar propiamente una nueva “Orden”. Esteban, con la Carta de Caridad, dará respuesta al problema de las relaciones jurídicas que se necesitaba establecer entre la casa fundadora y sus filiales. En este documento podemos hallar los elementos fundamentales de la Constitución de Cister:
- Cada abadía es sui iuris.
- La autonomía se completa con el principio de subsidiariedad, llevado a la práctica por el sistema de visitas de la abadía madre sobre sus fundaciones.
- La única instancia suprema de la Orden es el Capítulo General (tan diferente del centralismo de Cluny y característico de las Órdenes y Congregaciones modernas).
- El Abad de Cister es un primus inter pares (primero entre iguales), con atribuciones especiales de carácter ejecutivo y administrativo por su dignidad como sucesor de los fundadores de Cister, como presidente nato del Capítulo General y cabeza del Definitorio de la Orden [11].
En 1125 Esteban adoptó, como casa hija, la comunidad de monjas de Tart. Existía un vínculo particular entre el Abad de Císter y las monjas, pero, de momento, no se trataba de la aceptación de comunidades femeninas en la Orden. La abadía de Tart fue fundada por monjas de Jully hacia 1120-1125. La comunidad de Jully estaba estrechamente relacionada con la de Molesmes [12].
En tiempos de Esteban el scriptorium alcanza su máximo esplendor, sobresaliendo las obras de la Biblia y los Moralia de Gregorio Magno [13].

PRIMERAS FUNDACIONES

La fundación de la primera filial, La Ferté-sur-Grosne en 1113, ya había comenzado cuando un joven llamado Bernardo, junto con 30 compañeros llegó desde Fontaines-lès-Dijon hasta Cister.
En 1114 ve la luz la segunda filial, Pontigny. Tanto la abadía de Clairvaux, de la que Bernardo fue el primer abad (a la edad de veinticinco años), como la de Morimond, cerca de Langres, se fundaron en 1115. Tras tres años de pausa siguieron las fundaciones de Preuilly Trois-Fontaines, en 1118, y de La Cour-Dieu, Bonnevaux, Bouras, Cadouin y Fontenay, todas en 1119.
La estructura de la Orden de Cister se asemejaba a un árbol. El tronco principal era el propio Cister y de él nacían otros cuatro troncos: La Ferté, Pontigny, Clairvaux y Morimond. Así, todas las fundaciones sucesivas derivaban de una de estas cinco abadías [14].

LA TEOLOGÍA MONÁSTICA

En los monasterios medievales nace y crece una cristología experimentada a través del año litúrgico, en el estrecho contacto con la celebración sacramental y en la diaria lectura espiritual de la Sagrada Escritura, alimento de los habitantes del claustro.
La pasión por la figura de Cristo, de la que son claro ejemplo los cistercienses de los ss. XII y XIII, vivida y formulada tanto a través del lenguaje como de la expresión artística en su más variada gama, siguen atrayéndonos hoy en día. Todo ello forma parte de la denominada “Teología monástica” de la que comenzó a hablar Jean Leclerq a mediados del s. XX [15].
Esta teología monástica se caracteriza por el conocimiento de Cristo en la contemplación de sus misterios. Contemplación en la que el intelecto se enciende vivamente por el afecto. Por tanto, no se trata simplemente de un saber intelectual, sino de un saber afectivo. Y esto no significa otra cosa sino que el monje se acerca a Cristo de forma “integral”, para conocer su misterio, asumirlo y reflejarlo, de modo que se transforme en “experiencia” de imitación y transformación en él. Nace en el seno del que acoge la Palabra y quiere dar razón de ella.
La teología monástica emplea el lenguaje del “símbolo”, de la “acción”, de la “imagen”, de la “experiencia”, del “amor”, de la “estética”, en lugar del lenguaje de la lógica, empleado por la escolástica. Pero no por ello es menos “teología”. La diferencia entre uno y otro tipo estribará en la forma de transmitir ese saber. Mientras la “escolástica” recurre a la especulación, la teología monástica se basa en la “experiencia” [16].

SOBRE EL ARTE CISTERCIENSE

Se discute sobre si existe o no un arte cisterciense. De hecho, no existe, si por tal entendemos un estilo, deliberado y original, elaborado y puesto en práctica, y, como tal, exclusivo y fijo. Hemos de concebirlo, más bien, como una “elaboración” global de los edificios, arquitectura y arte asociados. En esta visión global encontramos una esencialidad o “simplicidad” y funcionalidad de líneas; una animación que viene de la luz y no del color, en la que no es difícil reconocer una caracterización o inspiración en Cister y en Claraval.
De este modo, el abad Bernardo de Claraval, el verdadero autor de la visión artística cisterciense, se enfrenta al enfoque artístico y religioso sostenido por el abad Suger y que éste deja patente en la Basílica de Saint Denis. Así pues, Bernardo, el gran impulsor de la reforma de Cister hacía hincapié en la pobreza, sencillez y austeridad, tanto de ornamentos y construcciones como de la forma de vida monástica.
No es el color lo que anima la arquitectura cisterciense, sino la luz. Dios es luz; Cristo es la Luz del mundo. Y la luz que resplandece a través del vidrio transparente de una iglesia cisterciense es un reflejo terrestre de esta luz, que para experimentarla, por otro lado, tenemos que permanecer en silencio y recogimiento, luchando por alcanzar el equilibrio interior y aplacar el tumulto de la mente. Dado que la “imagen de Dios” se encuentra no en el mundo, ni en las paredes, llenas de pinturas, de una iglesia o en sus trabajadas vidrieras, sino en el alma. La finalidad del arte y de la arquitectura de la Orden Cisterciense fue crear el ambiente más propicio para alcanzar este objetivo. Esta nueva concepción no dio pie en sentido estricto a un nuevo estilo artístico, pero sí a una nueva manera de concebir el arte: éste debía abandonar la ostentación y la carga decorativa extrema a la que había llegado el románico.
Más que a un plano de arquitectura funcional, el monasterio cisterciense corresponde, de hecho, a un plano espiritual, precisamente porque este fue el objetivo primero y único del seguimiento de Cristo en el monacato. El silencio de la Regla se refleja por la ausencia casi total de elementos figurativos y colores, dando paso al juego de luz, como “metáfora de Dios” [17].
Las diferencias entre las construcciones cistercienses son mínimas. La iglesia era de planta de cruz latina, con bóveda de crucería simple (evolución de la bóveda de medio punto románica), transepto y ábside poco profundo. Carece de tribuna ni triforio. Tampoco la fachada es llamativa; es discreta y severa, sin torres ni ornamentación. La decoración de las arquivoltas es simple: en zigzag o vegetal. Tampoco se permiten las vidrieras de colores, que se sustituyen por alabastro o vidrios transparentes.
Pocas de las abadías cistercienses primitivas sobrevivieron a las vicisitudes de los siglos y todavía menos han conservado sus características originales. De los cinco establecimientos primitivos, sólo queda en pie la iglesia de Pontigny, aunque la elaborada disposición poligonal del coro fue construida a fines del siglo XII. El monumento más puro de la arquitectura cisterciense que subsiste es Fontenay, la segunda hija de Claraval, fundada en 1119, pero trasladada a su emplazamiento final en 1130. Presumiblemente, allí se erigió la abadía que aún se conserva, bajo las instrucciones del propio san Bernardo.
Le Thoronet, en Provenza, siguió el plan de Fontenay y ha sido reconocida como un ejemplo clásico de la forma en que los elementos más simples de la arquitectura pueden dar por resultado, a través de un diseño cuidadoso, una armonía de luces y sombras pocas veces lograda y una acústica perfecta. Sénanque, Silvacane, Aiguebelle y Flaran, todas al sur de Francia, son otras tantas abadías del siglo XII que han conservado notables rasgos primitivos.
A pesar de la tenaz resistencia del Capítulo General, la severidad cisterciense de la época de san Bernardo quedó muy mitigada durante el período gótico. Sin embargo, como prueba que el instinto decorador de los monjes no se podía suprimir por completo, ya en vida del Santo merece mencionarse una técnica peculiar de vidrieras coloreadas. Este estilo dominó por casi una centuria y consistía en usar, en vez de colores, tonos plateados para diseños geométricos o flores estilizadas (grisallas) [18].
En España destacan Poblet y Santes Creus (Tarragona), Las Huelgas (Burgos), Veruela y Rueda (Zaragoza), Moreruela (Zamora), y Santa María de Huerta (Soria), entre otros.


Sor Eugenia Pablo, O. Cist.
Extracto de la Conferencia de las
III Jornadas para la Reflexión sobre la vida Cisterciense
Toledo, 7-9 de Mayo de 2010


[1] Exordium Parvum, II-3.
[2] Cfr. COLOMBÁS, G., La tradición benedictina, el s. XII, Tomo IV, Ediciones Montecasino, Zamora 1993.
[3] LÉKAI, L.J, Les moines blancs. Éditions Seuil. Paris 1957, pp. 25-36.
[4] Exordium Parvum VI, Carta del Papa para que volviese el abad Roberto.
[5] Ibidem. VII; Vita Roberti, 13.
[6] Cfr. MASOLIVER, A., Roberto, Alberico y Esteban Harding: los orígenes de Cister, “Studia Monastica” nº 26, Abadía de Montserrat 1984.
[7] Exordium Parvum IX.
[8] Escrita por un monje de Molesmes, a petición del abad Odón II (1215-1227)
[9] Cfr. Exordium Parvum, X-XIII; XIII; LÉKAI, J.L., Les moines blancs. Éditions du Seuil. Paris 1957.
[10] Cfr. VAN DAMME, J., Los tres fundadores de Cister, Colección “Espiritualidad monástica”, Vol. 34, Monasterio de las Huelgas de Burgos 1998, pp. 75-85.
[11] En la actualidad, el Sínodo es el organismo de la Orden que cumple con las funciones del antiguo Definitorio.
[12] CASEY, M., Císter, orígenes, ideales, historia. Colección “Espiritualidad Monástica”, Monasterio de las Huelgas de Burgos 2000, pp. 90-91.
[13] La Biblia hecha en el scriptorium del Nuevo Monasterio es un testimonio de la búsqueda de autenticidad de los primeros cistercienses. El abad Esteban, buscando la máxima calidad de lo que se copiaba, consultó a judíos expertos para conseguir un texto preciso.
[14] KINDER, T., I Cistercensi. vita quotidiana, cultura, arte. Biblioteca de Cultura Medieval. Edit. Jaca Book. Milán 1998.
[15] LECLERQ, J, Cultura humanística y deseo de Dios. Ed. Sígueme, Salamanca 1967.
[16] BIFFI, I., Tutta la dolcezza della terra. Cristo e i monaci medievali. Jaca Book, Milán 2004, pp. 9-27.
[17] BIFFI, I., “Editorial” en KINDER, T.: I Cistercensi, vita quotidiana, cultura, arte. Biblioteca de Cultura Medieval. Edit. Jaca Book, Milán 1998.
[18] LEKAI, J.L.,Los Cistercienses Ideales y realidad, Edit. Herder 1987 y Abadia de Poblet Tarragona , 1987.