“Cristo es el primogénito de entre los muertos y el Príncipe de
los reyes de la tierra; él ha hecho de nosotros un reino para Dios, su Padre.
Aleluya”.
Último domingo del año litúrgico.
Es una de las solemnidades más importantes del
calendario litúrgico, porque celebramos a Cristo como el Rey del universo. Es
decir, celebramos la pertenencia de todo y de
todos a Dios. Cristo es el Rey del universo y de cada uno de nosotros. Su
Reino es el Reino de la verdad y la vida, de la santidad y la gracia, de la
justicia, del amor y la paz.
Celebramos también que Cristo puede empezar a reinar en nuestros corazones si lo deseamos
con intensidad. Este deseo es decirle que sí, es abrirle la puerta de nuestra vida, de nuestro
corazón para que reine y en él. De esta forma vamos instaurando desde ahora el
Reino de Cristo en nosotros mismos, en
nuestros hogares, comunidades, empresas y ambiente en general.
Jesús nos habla de las características de su Reino
a través de varias parábolas en el capítulo 13 de Mateo:
“es semejante a un grano de
mostaza que uno toma y arroja en su huerto y crece y se convierte en un árbol,
y las aves del cielo anidan en sus ramas”; “es semejante al fermento que una mujer toma y echa en tres medidas de
harina hasta que fermenta toda”; “es semejante a un tesoro escondido en un
campo, que quien lo encuentra lo oculta, y lleno de alegría, va, vende cuanto
tiene y compra aquel campo”; “es
semejante a un mercader que busca perlas preciosas, y hallando una de gran
precio, va, vende todo cuanto tiene y la compra”.
En cada una de estas parábolas, Jesús nos hace ver
claramente que vale la pena buscarlo y encontrarlo, que vivir el Reino de Dios
vale más que todos los tesoros de la tierra y que su crecimiento será grande. Aunque
ese crecimiento no sea visible y nadie sepa cómo ni cuándo, será eficaz.
La Iglesia tiene el encargo de orar y
predicar para extender el reinado de Jesucristo entre los hombres. Su oración, predicación
y extensión, debe ser el centro de nuestro afán y vida como miembros de la
Iglesia. Con esto conseguiremos alcanzar un mundo nuevo en el que reine el
amor, la paz y la justicia y la salvación eterna de todos los hombres.
Para lograr que Jesús reine en nuestra vida, en primer
lugar debemos conocer a Cristo. La lectura y reflexión del Evangelio, la
oración personal y los sacramentos son medios para conocerlo y de los que se
reciben gracias que van abriendo nuestros corazones a su amor. Se trata de
conocer a Cristo de una manera experiencial y no sólo teológica y teórica.
Al conocer a Cristo empezaremos a
amarlo de manera espontánea, porque Él es todo bondad. Y cuando uno está
enamorado se le nota.
El amor nos llevará casi sin darnos
cuenta a pensar como Cristo, querer como Cristo y a sentir como Cristo,
viviendo una vida de verdadera caridad y autenticidad cristiana. Cuando
imitamos a Cristo conociéndolo y amándolo, entonces podemos experimentar que el
Reino de Cristo ha comenzado para nosotros.
Por último, vendrá el compromiso
apostólico que consiste en llevar nuestro amor a la acción de extender el Reino
de Cristo a todas las almas mediante obras concretas de cada uno en su medio.
No nos podremos detener. Nuestro amor comenzará a desbordarse.
Dedicar nuestra vida a la extensión
del Reino de Cristo en la tierra es lo mejor que podemos hacer, pues Cristo nos
premiará con una alegría y una paz profundas e imperturbables en todas las
circunstancias de la vida.
A lo largo de la historia hay innumerables testimonios de
cristianos que han dado la vida por Cristo como el Rey de sus vidas. Ellos nos
sirven de estímulo y ejemplo.
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