El título de “Santa María Madre de Dios”, expresa muy
bien la misión de María en la historia de la salvación. Todos los demás
títulos atribuidos a la Virgen
se fundamentan en su vocación de Madre del Redentor. El hombre es elegido por
Dios para realizar el plan de la salvación, centrado en el gran misterio de la “encarnación
del Verbo divino en María”. Pues aunque va a ser un poco más largo, vale la
pena que dejemos a San Bernardo cante aquí sus grandezas, para eso se le
ha dado el apelativo de Cantor de María. ¡Quién mejor que él!
“Dichosa fue en todo María, a quien
ni faltó la humildad, ni dejó de adornarla la virginidad. Singular virginidad,
que no violó, sino que honró la fecundidad; ilustrísima humildad, que no
disminuyó sino que engrandeció su fecunda virginidad; incomparable fecundidad,
a la que acompañan juntas la virginidad y humildad”.
“Qué maravillas que Dios, a
quien leemos y vemos admirable en sus Santos, se haya mostrado más maravilloso
en su Madre?”.
“Por eso quiso que fuese
Virgen, para tener una Madre Purísima, él que es infinitamente puro y venía a
limpiar las manchas de todos quiso que fuese humilde para tener una Madre tal,
él que es manso y humilde de corazón, a fin de mostrarnos en sí mismo el
necesario y saludable ejemplo de todas estas virtudes. Quiso que fuese Madre el
mismo Señor que la había inspirado el voto de virginidad y la había enriquecido
antes igualmente con el mérito de la humildad”.
“Oh Virgen admirable y
dignísima de todo honor. ¡Oh mujer singularmente venerable, admirable entre
todas las mujeres que trajo la restauración a sus padres y la vida a sus
descendientes!”.
“Y fue enviado, dice, el
ángel Gabriel a una Virgen, Virgen en el cuerpo, Virgen en el alma, Virgen en
la profesión, Virgen como la que describe el Apóstol, santa en el alma y en el
cuerpo, no hallada nuevamente o sin especial providencia sino escogida desde la Eternidad , conocida en
la presencia del Altísimo y preparada para sí mismo, guardada por los Ángeles,
designada por los antiguos Padres, prometida por los profetas”.
“¿Qué pronosticaba en otro
tiempo aquella zarza de Moisés, echando llamas pero sin consumirse sino a María
dando a luz sin sentir dolor? ¿Qué anunciaba aquella vara de Aarón que floreció
estando seca, sino a la misma concibiendo pero sin obra de varón alguno? El
mayor misterio de este gran milagro lo explica Isaías diciendo: Saldrá una vara
de la raíz de Jesé y de su raíz subirá una flor extendiendo en la vara a la Virgen y en la flor a su hijo
divino el Redentor”.
“Si ella te tiene de su
mano no caerás, si te protege, nada tendrás que temer, no te fatigarás si es tu
guía, llegarás felizmente al puerto, si ella te ampara, y así en ti mismo
experimentarás con cuanta razón se dijo: El nombre de la Virgen era María”.
“En los peligros, en las
angustias, en las dudas, acuérdate de María, invoca a María”.
“Suele llamarse bendito al
hombre, bendito al pan, bendita la mujer, bendita la tierra y las demás cosas,
pero singularmente es bendito el fruto de tu vientre, porque es sobre todas las
cosas Dios bendito por los siglos”.
“¿En dónde habías leído,
Virgen devota, que la sabiduría de la carne es muerte, y no queráis contentar
vuestra sensualidad satisfaciendo a sus deseos? ¿En dónde habías leído de la
vírgenes, que cantan un nuevo cántico que ningún otro puede cantar y que siguen
al Cordero a donde quiera que vaya? ¿En dónde habías leído que son alabados los
que hicieron continentes por el reino de Dios? ¿En dónde habías leído: aunque
vivimos en la carne, nuestra conducta no es carnal? Y aquel que casa a su hija
hace bien y aquél que no la casa hace mejor. ¿Dónde habías oído: Quisiera que
todos vosotros permanecierais en el estado en que yo me hallo, y bueno es para
el hombre si así permaneciere como yo le aconsejo?”.
“Quitad a María, estrella
del mar, de ese mar vasto y proceloso, ¿qué quedará, sino oscuridad que todo lo
ofusque, sombras de muerte y densísimas tinieblas?”.
“Con todo lo más íntimo,
pues de nuestra alma, con todos los afectos de nuestro corazón y con todos los
sentimientos y deseos de nuestra voluntad veneramos a María, porque esta es la
voluntad de aquel Señor que quiso que todo lo recibiéramos por María. Esta es
repito, su voluntad, pero para bien nuestro”.
“Resplandeciente día es sin
duda, la que se elevó cual aurora naciente, hermosa como la luna, escogida como
el sol”.
“Pero sea lo que fuere
aquello que dispones ofrecer, acuérdate de encomendarlo a María, para que
vuelva la gracia al Dador de la misma, por el mismo cauce por donde corrió. No
le faltaba a Dios ciertamente, poder para infundirnos la gracia sin valerse de
este Acueducto, si El hubiera querido, pero quiso proveerte de ella por este
conducto. Acaso tus manos están aún llenas de sangre, o manchadas con dádivas
sobornadoras, porque todavía no las tienes lavadas de toda mancha. Por eso
aquello poco que deseas ofrecer procura depositarlo en aquellas manos de María,
grandiosísimas y dignísimas de todo aprecio, a fin de que sea ofrecido al Señor
y no sea desechado”.
“Necesitando como
necesitamos un mediador cerca de este Mediador, nadie puede desempeñar tan
provechosamente este oficio como María”.
“Aquella fue instrumento de
la seducción, esta de propiciación: aquella sugirió la prevaricación, esta
introdujo la redención”.
“¡Oh, Señora! Cuán familiar
de Dios habéis llegado a ser. ¡Cuán allegada, mejor dicho, cuán íntima suya
merecisteis ser hecha! ¡Cuánta gracia hallasteis a sus ojos. En vos está y vos
en El: a El le vestís y sois vestida por El. Le vestís con la sustancia de
vuestra carne y El os viste con la gloria de su majestad. Vestís al sol con una
nube, y sois vestida vos misma de un sol. Porque; como dice Jeremías, un nuevo
prodigio ha obrado el Señor sobre la
Tierra y es que una mujer virgen encierre dentro de sí al hombre
de Dios, que no es otro que Cristo, de quien se dice: He aquí un varón cuyo
nombre es Oriente. Y otro prodigio semejante ha obrado Dios en el cielo, y es,
que apareciese allí un mujer vestida de sol: Ella le coronó y mereció ser
coronada por El.
Salid, hijas de Sión y ved al Rey Salomón con
la diadema con que le coronó su Madre, contemplad a la dulce Reina del cielo
adornada con la diadema con que la coronó su Hijo”.
“En todo el contexto de los
cuatro Evangelios, no se oye hablar a María más que cuatro veces. La primera
con el Ángel, pero cuando ya una y dos veces le había hablado él: la segunda
Isabel cuando la voz de su salutación hizo saltar a Juan de gozo y tomando
ocasión de las alabanzas que su prima le dirigía, se apresuró a magnificar al Señor:
la tercera con su Hijo siendo éste ya de doce años, manifestándole como ella y
su padre llenos de dolor le habían buscado: la cuarta en las bodas de Caná,
primero con Jesús y después con los que servían a la mesa.
Y en esta ocasión fue
cuando brilló de una manera más especial su ingénita mansedumbre y modestia
virginal, puesto que tomando como propio el apuro en que iban a verse los
esposos no le sufrió el corazón permanecer silenciosa, manifestando a su Hijo
la falta de vino; y al ver que Jesús al parecer no atendía a su súplica, como
mansa y humilde de corazón no le respondió palabra, sino que se limitó a
recomendar a los ministros que hiciesen lo que El les dijese, esperando en que
no saldría fallida su confianza”.
“¡Cuántas veces oyó María a
su Hijo no solo hablando en parábolas a las turbas, sino descubriendo aparte a
sus discípulos el misterio del reino de Dios! ¡Vióle haciendo prodigios, vióle
pendiente de la Cruz ,
vióle expirando, vióle cuando resucitó, vióle, en fin, ascendiendo a los
Cielos, y en todas estas circunstancias ¿cuántas veces se menciona haber sido
oída la voz de esta pudorosísima Virgen, cuántas el arrullo de esta castísima y
mansísima Tórtola?”.
“María siendo la mayor de
todas y en todo, se humilló en todo y más que todos. Con razón, pues, fue
constituida la primera de todos, la que siendo en realidad la más excelsa,
escogía para sí el último lugar. Con razón fue hecha Señora de todos, la que se
portaba como sierva de todos. Con razón, en fin, fue ensalzada sobre todos los
coros de los coros de los Ángeles, la que con inefable mansedumbre se abatía a
sí misma debajo de las viudas y penitentes, y aún debajo de aquella de quien
había sido lanzados siete demonios. Ruegoos, fieles amadísimos, que os prendéis
de esta virtud si amáis de veras a María: si anheláis agradarla, imitad su
modestia y humildad. Nada hay que tan bien sienta al hombre, nada tan necesario
al cristiano, nada que tanto realce al religioso como la verdadera humildad y
mansedumbre”.
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