5 ene 2016

Epifanía del Señor

           
            “Ha sido revelado ahora por el Espíritu el misterio que también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la promesa en Jesucristo, por el Evangelio”. Estas palabras del apóstol Pablo resumen el contenido de la solemnidad de la Epifanía del Señor. Epifanía es un término de la lengua griego que significa manifestación, aparición, revelación y que la liturgia cristiana ha adoptado para recordar la dignación de Dios a manifestarse a los hombres en el misterio de la encarnación de su Hijo. Nosotros, cristianos, creemos y afirmamos que el Hijo de Dios, la Palabra que siempre ha estado junto al Padre, y que ha querido asumir nuestra misma naturaleza y convivir con los hombres y mujeres de su tiempo, para comunicarles el mensaje de salvación del que es portador. 

            Si en el evangelio de la noche de Navidad Lucas hablaba de unos pastores judíos que velaban en la noche junto a sus rebaños y fueron los primeros en recibir el mensaje del nacimiento del hijo de María, hoy es Mateo que hace llegar a los pies del recién nacido a unos personajes no judíos, venidos de Oriente, siguiendo una estrella. Mateo propone de hecho un mensaje acerca del Mesías, el esperado Salvador del mundo, envuelto en determinadas coordenadas históricas que le dan viveza, que ayudan a retener los detalles y percibir su verdadero contenido de dimensión teológica.

            Mateo habla de unos personajes, a los que da el apelativo de magos, término ambiguo que por el contexto hay que entender como gente dedicada al estudio de los astros. Igualmente imprecisa es la indicación de su procedencia. Es bien poco y por esto la piedad cristiana ha confeccionado leyendas alrededor de estos personajes. Lo que interesa sobre todo es saber que estos hombres, estos magos descubrieron una estrella y supieron interpretarla como signo de un nuevo Rey, que debía salvar a los hombres. Les basta algo tan fugaz como el brillo de una estrella, para dejarlo todo de lado y convertirse en peregrinos en búsqueda de su ideal. Como comentan los Padres, a los pastores judíos fueron ángeles que les movieron, a los paganos una simple luz del cielo. Vieron la estrella, un signo, pero creyeron y no pararon hasta postrarse ante un niño, que de hecho es otro signo. Los magos ven un pobre niño envuelto en pañales, signo de su condición humana, que sólo será Rey, Mesías y Señor en la gloria de su resurrección.

            Mateo, para expresar gráficamente la actitud de adoración de los magos ante el Niño, o si se prefiere para mostrar que la fe no puede quedar en simple adhesión mental, habla de los dones que le ofrecieron: oro, incienso y mirra. La devoción de los Padres de la Iglesia se ha entretenido en buscar significados a estos tres dones viendo en el oro, en cuanto signo de poder, la condición regia del Mesías recién nacido, en el incienso, elemento importante en el culto del templo de Jerusalén, la dimensión sacerdotal de Jesús, que en la cruz se ofrecerá como víctima de salvación. En la mirra, substancia olorosa muy usada en el antiguo oriente, se ha querido ver un anuncio velado de la sepultura del Señor. La oración sobre las ofrendas nos recordará hoy que aquellos elementos eran signos materiales que aludía al misterio de Jesús que hoy está presente en los dones del pan y del vino.

            Lo importante es retener que todo peregrino de la fe debe traducir en formas concretas la nueva realidad que le ha iluminado. Por si no bastase, Mateo concluye su relato diciendo que los magos recibieron un oráculo, para que evitaran a Herodes y volvieran a sus tierras por otro camino. El que ha sido iluminado, el que se ha revestido de Jesús, el que ha llegado a confesar su fe, no puede quedarse en los caminos trillados, que no conducen precisamente a la vida. Es una invitación a la conversión que constituye uno de los puntos importantes del mensaje de Jesús, que no cesa de repetirnos: “Convertíos, que el Reino de Dios está cerca”. Acojamos con la prontitud y geneosidad de los magos la invitación del Señor.
         

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