13 feb 2016

"NADIE QUE CREE EN ÉL QUEDARÁ DEFRAUDADO" (Rm 10,8-13)



El Miércoles de Ceniza comienza la Cuaresma con una enérgica llamada por parte de la Iglesia a la preparación de la Pascua que se avecina y a la definitiva en el Cielo. En esta espera que es nuestra vida terrena, seremos conducidos como Jesús al desierto. El Tentador aprovechará nuestra hambre de éxito y bienestar para sus engañosas ofertas. Como Jesús debemos responder que no sólo de eso vive el hombre.

Hay en nosotros impulsos malos que el Diablo aprovecha para excitarlos: la comodidad, la sensualidad, la ambición, la envidia, que desata la lengua y vierte en los demás el veneno de la crítica, la agresividad y el deseo inmoderado de imponernos a los demás... Todo un elenco de malicia que dañan a quienes nos rodean y también a nosotros mismos.

Mas todos estos sentimientos malos no debemos permitir que nos desorienten ni desanimen, sino que debemos, con la ayuda de Dios, luchar por combatirlos no consintiéndolos. Es más, las tentaciones desempeñan un importante papel en la madurez que se nos está llamado a alcanzar. "Nuestra vida, dice S. Agustín, no puede verse libre de tentaciones; pues nuestro progreso se realiza por medio de la tentación y nadie puede conocerse a sí mismo si no es tentado, ni puede ser coronado si no ha vencido, ni puede vencer si no ha luchado" y la Carta de Santiago en 1,12, también afirma: "Dichoso el varón que soporta la tentación porque, probado, recibirá la corona de la vida que el Señor prometió"

En uno de sus Sermones, el Santo Cura De Ars decía: "Si preguntáis a ese parroquiano de la taberna si el demonio le tienta, os responderá que no, que nada le inquieta. Interrogad a esa joven vanidosa cuáles son sus luchas, y os contestará riendo que no sostiene ninguna, ignorando totalmente en qué consiste ser tentado. La tentación más dañina es no ser conscientes de que somos tentados. Esa es la mayor victoria del demonio sobre nosotros, mantener nuestra conciencia cerrada a nuestra capacidad de pecado y al pecado mismo.

Pidamos  con insistencia al Señor que mantenga nuestros ojos abiertos a la luz se su amor misericordioso, sólo así seremos capaces de vernos tal como somos y estar atentos a las “insidias del enemigo que como león rugiente ronda buscando a quién devorar, para que resistamos firmes en la fe”.

Domingo primero de Cuaresma - 2016


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