VIVIR LA CUARESMA
En la mentalidad común, la
cuaresma es considerada como el clásico tiempo penitencial, pero esta
característica no es prioritaria y menos exclusiva. La Cuaresma no es por tanto
un tiempo cerrado en sí mismo, o un tiempo "fuerte" o importante en
sí mismo, sino que depende esencialmente de la Pascua por éso es un tiempo de
preparación para la Pascua. Se puede definir como “camino hacia la Pascua”. Es el tiempo de la salvación, porque estamos
viviendo el misterio del Hijo de Dios que muere por nosotros sobre la Cruz.
Cada uno de nosotros en estos días, tenemos ocasión especialmente propicia para
crecer en una conciencia más profunda de nuestra participación en la gran obra
de redención del mundo, emprendida por Cristo.
Viviendo la cuaresma en su sentido más profundo vivimos la realidad de nuestro bautismo en el cual hemos muerto con Cristo y en él, y como consecuencia con él hemos resucitado a una nueva vida, hemos alcanzado verdaderamente la salvación. De este modo la cuaresma se convierte en un período de salvación, que desde los primeros tiempos se nutre abundantemente de la Palabra de Dios, del pan que viene de la boca de Dios, para reforzar nuestra fe como único medio capaz de introducirnos en la VIDA DIVINA.
La gracia de este tiempo litúrgico, también
nos hace muy presente, que la salvación de Dios es accesible a cada hombre y la
potencia de la redención de Cristo puede abrazar a cada uno, pero se requiere
la apertura del corazón, la disponibilidad para acoger el don del cielo, la respuesta
decidida.
El combate espiritual, que exige la
cooperación activa con la gracia en orden a morir al hombre viejo y al propio
pecado para dar paso a la realidad del hombre nuevo en Cristo. En otras
palabras, la lucha por la santidad, exigencia que hemos recibido en el
Bautismo. Es un gozo enorme ser conscientes de que esta realidad, está al alcance de todos y
cada uno, desde los que solo participan en la misa dominical a los que participamos
diariamente de la eucaristía. Con intensidades diversas pero con un contenido
fundamentalmente idéntico, todos bebemos, a través de la liturgia cuaresmal, en
una fuente que nos invita a la conversión bajo todos sus aspectos.
Esta es La vivencia del
misterio pascual como culminación de esta historia santa: debemos
"convertirnos" de la visión de un Dios común a todo ser humano, a la
visión del “Dios vivo y verdadero” que se ha revelado plenamente en su único
Hijo Cristo Jesús y en su victoria pascual, presente en los sacramentos de su
Iglesia: "Tanto amó Dios al
mundo que le dio a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca,
sino que tenga vida eterna"(Jn 3,16).
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