“El
padre” Simboliza a Dios Padre y refleja su misericordia y su amor gratuito hacia
cada uno de nosotros, que con más o menos conciencia de esta realidad, somos
pecadores que deseamos no serlo, por lo que, en algunos momentos de nuestra
vida, al menos, pedimos perdón a Dios de una u otra forma.
Esta
parábola también refleja mi historia, tu historia, la historia de cada uno. Es
la historia de nuestra rebeldía, por no aceptar a Dios como Padre y Señor. Tantas
veces, elegimos no quedarnos en la casa paterna, y preferimos vivir peregrinos
en el pecado o al menos en una vida de relación con el Padre muy mediocre e
interesada, como era el caso del hijo mayor. Mas nuestra lejanía
de la casa paternas tiene consecuencias dolorosas que se van intensificando con
el tiempo y eso nos hace recordar los beneficios de estar junto al Padre.
Entonces decidimos volver con plena conciencia de que el amor Paterno no nos ha
abandonado.
El
Padre deja marchar al hijo porque respeta su libertad. El adulto es consciente
de lo que quiere, hace y cuáles son sus prioridades. Tantas veces a lo largo de
nuestra vida, preferimos conscientemente disfrutar de la hacienda que como
hijos nos corresponde más que del amor que El Padre nos está ofreciendo
continuamente, que no tenemos ningún reparo en decirle: tengo cosas mías y no
quiero que interfieras en ellas, no me controles en nada; ya decidí
independizarme de Ti. Malgastamos la herencia recibida y nos quedamos sin
posibilidades de supervivencia, en nuestro caso, espiritual. Un día, la memoria
de la ternura paterna que habíamos despreciado se despierta, y decidimos
regresar a casa, mostrándonos humildes para ser admitidos.
El
Padre que no deja de esperar nunca el regreso del hijo que se ha alejado, sale
a nuestro encuentro habiendo perdonado, antes de que hayamos expresado con
palabras nuestro arrepentimiento. El cariño, la compasión y el amor son
atributos de la naturaleza de Dios.
Igual
que con el hijo pródigo del Evangelio, Dios no reniega de nosotros, no nos
reprocha nada cuando volvemos, no nos reprueba por haber malgastado la hacienda
-tantos valores, tanta gracia santificante, tanto amor derrochado con nosotros
y en nosotros-. Todo está olvidado cuando queremos seguir con él, caminar en su
presencia amorosa. Basta con que queramos aprovechar su ese amor de Padre
Todocariñoso, disfrutando de su interminable abrazo de bienvenida. Porque este
abrazo remedia el corazón del hijo herido que soy yo y eres tú y cada uno de
nosotros. Es por este amor, por el que queremos reconciliamos con Él para
siempre.
Y
para terminar, el padre no solo se alegra del regreso de su hijo, sino que
quiere que toda su casa comparta esta alegría. Festeja junto con todos, el
regreso de su hijo pródigo. Así es el comportamiento de Dios con nosotros. Entonces
no podemos dudar ya, que el arrepentimiento otorga una vida total, porque “Dios
es la vida del hombre”, es decir, el pecado es muerte, y la “vida verdadera” es
retorno desde aquella perdición.
El
Padre celestial nos espera y se alegra con nuestro regreso para llevarnos de la
oscuridad hacia la luz, de la muerte a la vida. Es por eso que nuestra “vida
verdadera” depende de nuestro regreso a Él. Regreso que se da día a día y
momento a momento, en ese continuo deseo de retorno a Dios.
Entonces,
entendamos que el camino de la cuaresma expresa tanto nuestra voluntad de
regresar a la Casa Paterna, como nuestro anhelo de ver el radiante rostro de
Jesús resucitado.
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