¿Hay lugar para la alegría en un mundo tan
lacerado por el dolor?
La alegría verdadera, la que perdura por
encima de las contradicciones y del dolor, es la de quienes se encontraron con
Dios en las circunstancias más diversas y supieron seguirle. Y, entre todas, la
alegría de María, como ejemplo: “Mi alma glorifica al Señor, y mi espíritu está
transportado de alegría en Dios, mi salvador. El cristiano no puede hablar de alegría sin hablar de la Cruz, porque cuando ofrecemos nuestras propias cruces
amorosamente, Dios las transformará en alegría. “Los que sembraban con lágrimas
cosechan entre cantares, dice el salmo”.
Para el que vive así su vida cristiana la
ofrenda que hizo el Señor de Su propia Vida por nuestra redención cobra un
papel fundamental en su vida. El cristiano sufre, llora, tiene momentos amargos
y siente dolor como cualquier otro ser humano. Sin embargo, la opción por el
seguimiento de Jesús y la identificación con Él
en todo, también en el “acto supremo del amor”: pasión y muerte, le hace
encontrar sentido y utilidad salvífica a
todo el dolor que le toca vivir por la certeza de que no solo él sino también tantos
hermanos llegarán por el ofrecimiento de su sufrimiento, con Jesucristo a la Gloria
de la Resurrección. Entonces… “Vuestra tristeza se convertirá en gozo”. Dios
transforma nuestro dolor en gozo, la pena en júbilo, la muerte en resurrección.
Y esta Resurrección en esperanza y en parte, de un modo muy real, comienza en
esta vida ya. Aunque llegará a plenitud en la otra.
A poco que hayamos vivido nuestro
cristianismo, todos hemos experimentado de una u otra forma, esta feliz
realidad.
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