San Benito era un hombre eminentemente contemplativo y legisló la Regla para
monjes contemplativos. San Gregorio en el libro de los Diálogos, nos muestra cómo
la vida de san Benito estaba inmersa en un clima de oración, fundamento de su
existencia, ya que sin oración no hay experiencia de Dios. Pero la
espiritualidad de san Benito no era una interioridad alejada de la realidad. En
la inquietud y en el caos de su época, vivía bajo la mirada de Dios y
precisamente así, nunca perdió de vista los deberes de la vida cotidiana ni al
hombre con sus necesidades concretas. Al contemplar a Dios comprendió la realidad
del hombre y su misión. En su Regla se refiere a la vida monástica como «escuela
del servicio del Señor»[1],
subraya que la oración es, en primer lugar, un acto de escucha que después[2]
debe traducirse en la acción concreta. El monje debe transmitir también con hechos esa experiencia de Dios,
debe escuchar a Dios pero también transmitir con hechos lo escuchado.
Esta disposición hace sorprendentemente moderna una Regla escrita hace
casi quince siglos que hoy como siempre, ofrece indicaciones útiles, no sólo
para los monjes, sino también para todos los que buscan orientación en su
camino hacia Dios. Por su moderación, su humanidad y su sobrio discernimiento
entre lo esencial y lo secundario en la vida espiritual. Así, el gran monje san
Benito, Abad, sigue siendo un verdadero maestro que enseña el arte de vivir el
verdadero humanismo. Al buscar el verdadero progreso, escuchemos también hoy la
Regla de san Benito como una luz para nuestro camino.
Muchas gracias por esta aportación tan interesante.
ResponderEliminarMuchas felicidades, a todas las monjas y monjes benedictinos cistercienses.