La vida monástica benedictina y
cisterciense, es una vida iluminada por la luz de la Pascua y regulada por las
leyes de la caridad, una vida dedicada a la “búsqueda de Dios” y a cantar su
misterio de amor en el silencio monástico, en la liturgia, en la oración
personal, en el trabajo, en la asidua escucha de la Palabra. Y todo esto, en
comunión profunda con toda la humanidad. Estos son, sintetizados, algunos de los
elementos fundamentales de esta vida monástica, no obstante la riqueza y la
variedad de sus formas. Nuestra vida, podríamos decir, es una vida sin finalidad
alguna o utilidad especifica, para indicar aquello que es, o que debería de ser
la misma vida cristiana: una existencia donde el amor de Dios y el amor por
Dios ocupa el puesto central, dando sentido y consistencia a cada aspecto de la
vida. Es decir, los monjes y las monjas “nos separamos del mundo” para
permanecer unidos a los hermanos y hermanas a través de una profunda comunión
con Cristo, participando de las alegrías, trabajos y esperanzas de la
humanidad, asumiéndolos en una incesante oración al Padre.
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