La soledad
para un cristiano orante, no es tanto una zona alejada del mundo-que- pasa, como
una zona de acceso al mundo-que-viene y que permanecerá siempre. No es un sitio
de paso, es ya una morada. El
cristiano orante, es un solitario que habita en la soledad, como habita en Jesús
el Hijo de Dios y en su amor, así como permanece sin cesar en actitud de deseo
de plegaria. Esa es su casa junto a
Dios, como un pecador convertido en cuya casa el Señor se detiene con
predilección. Así, lleno de gratitud permanece sentado en su “celda interior”,
que es la “presencia de Dios”, con la plegaria continua del Publicano en su
corazón: “Señor Jesús, ten piedad de mi que soy pecador”
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