Los pobres necesitan ante todo a Dios, su amor hecho visible por los santos que viven a su lado, que en la sencillez de sus vidas expresan y sacan a relucir el poder del amor cristiano. Dios utiliza muchas maneras y herramientas infinitas para llegar al corazón de las personas. Por supuesto, los pobres se acercan a nosotros también porque les damos comida, pero lo que realmente necesitan va más allá del plato caliente o bocadillo que ofrecemos. Los pobres necesitan de nuestras manos para ser levantados, de nuestros corazones para sentir de nuevo la calidez del afecto, de nuestra presencia para vencer la soledad. Sencillamente, necesitan amor.
Y así nos sigue exhortando San Benito en su Regla cuando llegan a nuestras puertas los necesitados, físicos y espirituales:
El Hermano, en cuanto llame alguno o se escuche la voz de un pobre, responda "A Dios gracias" o "Bendecid". Y, con toda la delicadeza que inspira el temor de Dios, cumpla prontamente el encargo con ardiente caridad. (RB 66,3-4)
Vivamos con profundidad, con el compromiso de la oración y de la ayuda concreta al que está necesitado, sabiendo que entonces seremos de verdad hijos de Dios.
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