“Dichosos los limpios
de corazón, porque verán a Dios”. Dichosos, sí, una y mil veces los que vean al
que desean contemplar los ángeles, y en cuya visión consiste la vida
eterna. Oigo en mi corazón: busca su rostro. Yo busco tu rostro,
Señor; no me escondas tu rostro. ¿A quién tengo yo en el cielo. Contigo ¿qué me
importa la tierra? Aunque se consumen mi espíritu y mi carne, Dios llena mi
corazón y es mi lote perpetuo. ¿Cuándo me colmarás de gozo en tu
presencia? ¡Miserable de mí, que tengo un corazón tan manchado y no puedo
ser admitido a esa dichosa visión! Hermanos, entreguémonos con toda solicitud y
empeño a purificar nuestros ojos para ver a Dios. (S.
Bernardo, Sermón 1, en la festividad de Todos los Santos).
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