El
ajetreo de la vida, los afanes de cada día, pueden hacernos sentir que
perdemos fuerza, que nos falta energía. Pero hay una fuerza que jamás
decae. Esta fuerza es la fuerza de la oración, sin la que
nada es posible.
Dice un
apotegma de los Padres del desierto: “En cierta
ocasión; tres hermanos marcharon para la recolección y les asignaron una extensión
de sesenta modios. Pero uno de ellos cayó enfermo, el primer día, y volvió a su
celda. Uno de los que quedaron dijo al otro: «Hermano, ya ves que nuestro
hermano se ha puesto enfermo. Haz un esfuerzo por tu parte y yo haré otro tanto
y pongamos nuestra confianza en Dios para que gracias a la oración de nuestro
hermano llevemos a buen fin el trabajo de los dos y realicemos también el
suyo». Después de terminada la tarea encomendada, y de cobrar el salario,
llamaron al tercer hermano y le dijeron: «Ven, hermano, a recibir el precio de
tu trabajo». Pero él les respondió: «¿Qué trabajo voy a cobrar si no he
segado?». Y le dijeron los otros dos: «Gracias a tus oraciones hemos terminado
todo el trabajo. Ven pues a recibir tu paga»”.
Solo un corazón orante da valor y fuerza a cada cosa, por pequeña que
sea, siendo fuerza para cuantos están alrededor.
Muchas gracias por esta reflexión.
ResponderEliminarCuánta fe y caridad necesitamos para comprender al hermano enfermo, incluso no valoramos su oración, tachándole de inútil o vago cuando creemos que no trabaja por comodidad, no por impedimento real ante las limitaciones de su enfermedad.
Cuánto sufrimiento en cada enfermo ante estas incomprensiones, que si sabe vivirlas con humildad y confianza en Dios, son un gran don para todos, porque ofrece su enfermedad y dificultades, como excelsa oración, en bien de todos.
Dios nos conceda la fe y el amor necesarios para reconocer el valor de la oración y comportarnos como estos dos hermanos que supieron dar su justo valor (infinito) a la oración de su hermano enfermo.
Gracias por esta publicación tan edificante.
Dios les bendiga.