"Oh Sabiduría, que brotaste de los labios del Altísimo,
abarcando del uno al otro confín y ordenándolo todo con firmeza y suavidad,
¡ven y muéstranos el camino de la salvación!"
Esperar al
Señor que ha de llegar, es el contenido trascendental del tiempo del Adviento,
que precede a la celebración de Navidad. La liturgia de este tiempo está
llena de esperanzas por la venida del Salvador y recoge los sentimientos de
expectativa que comenzaron en el instante mismo de la caída de nuestros
primeros padres.
En aquel momento, Dios anunció la venida de un Salvador. La humanidad estuvo desde entonces, pendiente de esta promesa y este tema adquiere tal importancia, que requiere la concreción religiosa del pueblo de Israel. Esta se reduce, en
uno de sus puntos principales, a la espera del Señor.
Esperaban los
patriarcas, los profetas, los reyes y los justos del Antiguo Testamento. De
este contexto de expectación, tomará la Iglesia las expresiones deseosas, vivas y
adecuadas para la preparación del misterio de la “nueva Natividad” del Salvador
Jesús.
En el punto
destacado de esta expectación, se encuentra en la Santísima Virgen María. Todos
aquellos anhelos culminan en Ella, la que fue elegida entre todas las mujeres
para formar en su seno al verdadero Hijo de Dios.
Sobre Ella se
ciernen los profecías antiguas, (más concretamente las de Isaías); Ella es la que,
como nadie, prepara los caminos del Señor. La invoca sin cesar la Iglesia en el tiempo de
Adviento por lo que se convierte en auténtico Tiempo de María, ya que por Ella hemos de recibir a Cristo. Nada, pues, más a propósito que la contemplación de María en
los sentimientos que Ella tendría en los días inmediatos a la natividad de su Hijo.
Si todos los hombres justos del Antiguo Testamento desearon
ardientemente la aparición del Salvador del mundo ¿Cómo serían los deseos de Aquella que había sido elegida
para ser su Madre, que conocía mejor que ninguna otra criatura la necesidad que
tenia la humanidad, la excelencia de su persona y los frutos incomparables que
debía producir en la tierra, y la fe y la caridad, que sobrepasan la de todos
los patriarcas y profetas?
Fue tan grande
el deseo de la
Santísima Virgen , que nosotros no tenemos palabras para
expresar su mérito. Y tampoco podemos concebir cuál fue su gozo cuando Ella vio
que sus deseos y los de todos los siglos y de todos los hombres iban a
realizarse en Ella y por Ella, ya que iba a dar a luz la esperanza de todas las
naciones, aquel sobre quien se fijan los ojos de todos en el cielo y en la
tierra y lo miran como a su libertador.
María
presenta, para nosotros hoy como
siempre, esa actitud de espera serena, confiada y gozosa que debemos tener ante
la venida del Señor. Toda nuestra vida debe ser una expectación continua. El
modelo de esta actitud, lo ofrece María.
María está en
la cúspide de esta esperanza. Con María la esperanza es completa, se hace
firme. Unidos a Ella, nuestra expectación será más digna del Gran Señor que va
a venir. Eso es lo que se quiere expresar con “La Expectación del
Parto”, o “El día de Santa María” como se le llamó también en otro tiempo, o
“Nuestra Señora de la O ”
como popularmente también se le denomina hoy.
"Oh Renuevo del tronco
de Jesé, que te alzas como un signo para los pueblos,
ante quien los reyes
enmudecen y cuyo auxilio imploran las naciones,
¡ven a librarnos, no
tardes más!"
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