“Estad siempre ALEGRES en el
Señor, os lo repito, estad ALEGRES” (Filp. 4, 4)
Celebramos
el III domingo de Adviento, tradicionalmente conocido como el domingo
de gaudete, o de la alegría. Nos vamos adentrando en los grandes misterios del
Adviento del Señor. Por eso, nuestra alegría es la “alegría de Dios
en nosotros” que es algo más, mucho más, que una simple actitud positiva u
optimista.
Es la alegría de
saber experimentalmente, que el Señor está cerca de quien lo busca con sincero
corazón. En efecto, cerca y lejos, son categorías relacionadas con
la distancia mensurable en el espacio, con la distancia mensurable en horas,
años, siglos y milenios. Sin embargo, el tiempo del Adviento, precisamente, nos
invita a considerar sobre todo, la dimensión espiritual y profunda de esa
distancia, es decir, su referencia a Dios, qué es como podemos percibir la
cercanía o la lejanía de Él. Es en el “corazón inquieto del hombre” donde se
percibe de modo sensible y adecuado la dimensión espiritual de la distancia y
de la cercanía del Señor.
El
hombre es visibilidad y misterio, cercanía y lejanía de Dios, frágil en
posesión y en búsqueda continua. Sólo captando estas coordenadas íntimas del
ser humano podemos comprender el Adviento como tiempo de espera del Mesías.
Dios mismo, ha
venido y sigue viniendo, a manifestar
que el alejamiento del hombre a causa del pecado no es irrevocable. Más aún, nos
exhorta a esperar al Mesías, que vendrá con la fuerza del Espíritu Santo, para
enfrentarse al mal o, mejor, al príncipe de la mentira. El tiempo de Adviento, nos
estimula a dirigir nuestra mirada al Señor que viene. La certeza de su vuelta
gloriosa da sentido a nuestra espera y a nuestro trabajo diario. Al contemplar
a Jesús con la actitud interior de María, Virgen de la escucha, se potencia o
robustece nuestro compromiso, a veces arduo y fatigoso, y se vuelve fecunda
nuestra búsqueda activa.
Cristo, viene a nuestro encuentro. Sólo él ha colmado el
horizonte caduco del tiempo y de las realidades terrenas, a veces maravillosas
y atractivas, otras no tanto, y otras muy dolorosas, pero en él encontraremos
la respuesta definitiva a la pregunta sobre la venida del Mesías que hace
vibrar el corazón humano con el inmenso gozo de su cercanía amorosa y
liberadora. Él es la liberación de todas las tristezas que arrastramos, a veces
por años y años, es la paz y el gozo que viene de aquel que ha confiado su vida
al Señor; es, en definitiva, como hemos dicho, Dios mismo, el Espíritu Santo,
que obra sus frutos en nosotros, sanando nuestras heridas y enjugando nuestras
lágrimas.
Debemos buscar
con intensidad creciente, que nuestra espera de Cristo se traduzca en búsqueda
diaria de la verdad que ilumina los senderos de la vida en todas sus expresiones.
No dudemos que la verdad impulsa a la caridad,
testimonio auténtico que transforma la existencia de la persona y las
estructuras de la sociedad.
Sí, el Señor
está cerca de quien lo busca, nos repite la liturgia durante estos días.
Dirijamos a él nuestra mirada e invoquémoslo: ¡Ven, Señor Jesús! ¡Ven, Redentor
del hombre! ¡Ven a salvarnos!
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