12 dic 2015

Estad siempre ALEGRES en el Señor,



Estad siempre ALEGRES en el Señor, os lo repito, estad ALEGRES” (Filp. 4, 4) 

Celebramos el III domingo de Adviento, tradicionalmente conocido como el domingo de gaudete, o de la alegría. Nos vamos adentrando en los grandes misterios del Adviento del Señor. Por eso, nuestra alegría es la “alegría de Dios en nosotros” que es algo más, mucho más, que una simple actitud positiva u optimista. 

Es la alegría de saber experimentalmente, que el Señor está cerca de quien lo busca con sincero corazón. En efecto, cerca y lejos, son categorías relacionadas con la distancia mensurable en el espacio, con la distancia mensurable en horas, años, siglos y milenios. Sin embargo, el tiempo del Adviento, precisamente, nos invita a considerar sobre todo, la dimensión espiritual y profunda de esa distancia, es decir, su referencia a Dios, qué es como podemos percibir la cercanía o la lejanía de Él. Es en el “corazón inquieto del hombre” donde se percibe de modo sensible y adecuado la dimensión espiritual de la distancia y de la cercanía del Señor.

            El hombre es visibilidad y misterio, cercanía y lejanía de Dios, frágil en posesión y en búsqueda continua. Sólo captando estas coordenadas íntimas del ser humano podemos comprender el Adviento como tiempo de espera del Mesías.

Dios mismo, ha venido y sigue viniendo, a  manifestar que el alejamiento del hombre a causa del pecado no es irrevocable. Más aún, nos exhorta a esperar al Mesías, que vendrá con la fuerza del Espíritu Santo, para enfrentarse al mal o, mejor, al príncipe de la mentira. El tiempo de Adviento, nos estimula a dirigir nuestra mirada al Señor que viene. La certeza de su vuelta gloriosa da sentido a nuestra espera y a nuestro trabajo diario. Al contemplar a Jesús con la actitud interior de María, Virgen de la escucha, se potencia o robustece nuestro compromiso, a veces arduo y fatigoso, y se vuelve fecunda nuestra búsqueda activa. 

            Cristo, viene a nuestro encuentro. Sólo él ha colmado el horizonte caduco del tiempo y de las realidades terrenas, a veces maravillosas y atractivas, otras no tanto, y otras muy dolorosas, pero en él encontraremos la respuesta definitiva a la pregunta sobre la venida del Mesías que hace vibrar el corazón humano con el inmenso gozo de su cercanía amorosa y liberadora. Él es la liberación de todas las tristezas que arrastramos, a veces por años y años, es la paz y el gozo que viene de aquel que ha confiado su vida al Señor; es, en definitiva, como hemos dicho, Dios mismo, el Espíritu Santo, que obra sus frutos en nosotros, sanando nuestras heridas y enjugando nuestras lágrimas.

Debemos buscar con intensidad creciente, que nuestra espera de Cristo se traduzca en búsqueda diaria de la verdad que ilumina los senderos de la vida en todas sus expresiones. No dudemos que  la verdad impulsa a la caridad, testimonio auténtico que transforma la existencia de la persona y las estructuras de la sociedad. 

Sí, el Señor está cerca de quien lo busca, nos repite la liturgia durante estos días. Dirijamos a él nuestra mirada e invoquémoslo: ¡Ven, Señor Jesús! ¡Ven, Redentor del hombre! ¡Ven a salvarnos!



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