La
meditación es un estado en el que no estamos pensando, ni en una conversación
imaginaria con alguien. Estás en perfecta paz, en perfecta quietud, en perfecto
silencio. En el silencio de la meditación, cuando ésta vas más allá del
pensamiento y la imaginación, estamos aprendiendo a “ser”. A ser simplemente
nosotros mismos ante Dios. A ser la persona que somos, tal como somos. Es
decir, por encima de toda imagen que tengamos de nosotros mismos y de Dios. Nos
despojamos de todas nuestras máscaras y empezamos a “ser” y aceptar la persona
que somos en realidad, en absoluta sencillez. Sobran las palabras si estorban a
que podamos ser y estar en total
sencillez ante Dios. En la visión Cristiana de la meditación, el único
propósito del proceso es liberar nuestro espíritu para que se abra al infinito,
y permitir que el corazón y la mente, la totalidad de nuestro ser, se expanda
más allá de las barreras del ego aislado -del “yo” exclusivista- para entrar en
unión con todo, en Dios.
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