El monje
olvida el camino recorrido porque quiere ir derecho
a la meta, tendiendo con todo el impulso de su ser corre
siempre para obtener el premio que Dios le ha
prometido desde toda la eternidad y
a la meta, tendiendo con todo el impulso de su ser corre
siempre para obtener el premio que Dios le ha
prometido desde toda la eternidad y
que está
allá, en Cristo.
“Los
monjes y responden a la llamada de Cristo hasta el punto de anticipar desde
ahora la gloria y la transfiguración futuras. Renuncian al amor humano en su
fecundidad y también en la alegría que conlleva, para ser desde ahora el signo
absoluto de Dios, que comparte lo Absoluto de la Vida con los que lo aman. En
esta muerte aparente de una dimensión de la existencia humana, se convierten en
signo de la Resurrección. Aceptan esta muerte aparente de su
potencia humana, para que resplandecer en la fecundidad y el poder del Amor que viene de Dios. En este tiempo en que las
cosas son relativas, los monjes son testigos de lo absoluto. En este tiempo de
la historia, los monjes son testigos de la plenitud de la Historia. En este
tiempo del engendramiento de la muerte, los monjes son testigos de la
Resurrección”. [1]
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