“Nace
Jesús. Alégrese incluso el que siente en su conciencia de pecador el peso de
una condena eterna. Porque la misericordia de Jesús sobrepuja el número y
gravedad de los delitos. Nace Cristo. Gócense todos los que han sufrido la
violencia de los vicios que dominan al hombre, pues ante la realidad de la
unción de Cristo no puede quedar rastro alguno de enfermedad en el alma, por
muy arraigada que esté. Nace el Hijo de Dios. Alborócense cuantos sueñan con
sublimes objetivos, porque es un generoso galardonador.
Hermanos,
he aquí al heredero. Acojámosle con devoción, y recibiremos su misma herencia.
Aquel que entregó a su mismo Hijo por nosotros, ¿cómo nos negará los demás
dones con el don de Hijo? Rechacemos la desconfianza y la duda. Tenemos un
firme apoyo: La Palabra se ha hecho carne y acampó entre nosotros. El Hijo
único de Dios quiso tener muchos hermanos para ser entre todos ellos el
primero. No tiene por qué dudar el apocamiento de la debilidad humana. Fue el
primero en hacerse hermano de los hombres, hijo del hombre, hombre. Y, aunque
el hombre opine que esto es imposible, los ojos confirman la fe”.
(San Bernardo de Claraval)
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