S. Juan Pablo II el 1de marzo de 1980 decía
comentando el pasaje evangélico de los discípulos de los Emús1.
“ Vuestras pequeñas cruces de hoy pueden
ser sólo una señal de mayores dificultades futuras pero la presencia de Jesús con nosotros cada
día hasta el fin del mundo, es la garantía más entusiasta y, al mismo tiempo,
más realista de que no estamos solos, sino que Alguien camina con nosotros como
aquel día con los dos entristecidos discípulos”
El
amor, como consecuencia, aporta consigo la alegría, pero es una alegría que
tiene sus raíces en forma de cruz. Mientras estemos en la tierra y no hayamos
llegado a la plenitud de la vida futura, no puede haber amor verdadero sin
experiencia del sacrificio, del dolor. A pesar de eso, o más bien como resultado,
señala S. Atanasio: “los santos, mientras vivían en este mundo, estaban
siempre alegres como si estuvieran celebrando la Pascua”2, y San Juan Crisóstomo también afirma: “Los
seguidores de Cristo viven contentos y alegres y se glorían de su pobreza más
que los reyes de su diadema”3
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