Todos los
monasterios cistercienses están dedicados a María la Virgen Madre de Dios, y
más concretamente en la advocación de la “Asunción de María al Cielo”, por lo
que el día 15 de agosto es una de las grandes
fiestas en la Orden.
El misterio de la Asunción de María, es un mensaje de esperanza que nos hace pensar en la
dicha de alcanzar el Cielo, en la gloria de Dios y en la alegría de tener una
madre que ha alcanzado la meta a la que nosotros caminamos. Esta solemnidad es
un día espacial dentro del Año litúrgico que nos recuerda que María es la obra
maravillosa de Dios: concebida sin pecado original, el cuerpo de María estuvo
siempre libre de pecado. Fue totalmente pura. Su alma nunca se corrompió. Su
cuerpo nunca fue manchado por el pecado, ella fue siempre un templo santo e inmaculado. María cumplió
perfectamente con la voluntad de Dios en su vida y eso es lo que la llevó a
llegar a la gloria de Dios. Ella es nuestra Madre del Cielo y está dispuesta a
ayudarnos en todo lo que necesitemos y le pidamos. María ahora desde el Cielo
sigue repercutiendo, con su bondad y amor, en toda la humanidad, por lo que
nosotros agradecidos podemos entonar con ella todos los días el cántico del Magnifica, porque por María Dios ha
mirado nuestra humillación y hace también maravillas en nuestro favor cuando
nuestra confianza plena en Él deja.
El misterio de la
Asunción de María a los cielos es la mayor prueba de la verdad evangélica. “El
que se humilla será enaltecido”. Como peregrinos por este valle de lágrimas,
cantamos y pedimos Santa María para
que sea nuestra compañera de viaje en este mundo y la maestra que nos enseñe a
vivir continuamente al servicio de la gloria de Dios, para que su Reino se extienda
por todo el mundo.
En los monasterios
del Cister, al término de la jornada y cada día del año, en penumbra, iluminada
únicamente la imagen de María se canta la salve, y poco después se escuchan los
tañidos de la campana que llama a la oración del ángelus y al
silencio mayor.
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