Renuévese, pues, nuestro corazón rechazando los deseos carnales y mundanos, para que lo llene el amor de Dios y el anhelo de la patria celeste. Desaparezcan de nuestra boca la arrogancia y la calumnia, y ocupen su lugar la confesión sincera de nuestros pecados y una gran estima del prójimo. Y a cambio de las torpezas y los crímenes, que envejecen al cuerpo, abracemos la integridad y el dominio propio, expulsando los vicios con las virtudes contrarias.
Esta renovación la realiza Cristo, que
habita en nosotros por la fe. Escuchémosle: Todo lo hago nuevo. Y por
eso dice a su esposa en el Cantar: Ponme como sello sobre tu corazón,
como sello sobre tu brazo. Así pues, cuando vive en el corazón es
sabiduría, en la boca es verdad, y en el cuerpo es justicia.
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